La Viña del Señor
A estas alturas de la vida política del país es una obviedad que el 1º.
de octubre la nueva presidenta que asuma la riendas del poder
ejecutivo federal será una mandataria sin poder, a pesar de ser la
persona más votada que asume ese máximo cargo.
El partido, el Congreso, los gobernadores, la ciudad de México y más
de la mitad del gabinete estarán fuera de su control.
Y ese estado de cosas responde a un plan armado exprofeso por el
presidente saliente y quien la hizo primero candidata, en calidad de
corcholata favorita y después presidenta.
El 2 de junio el presidente, sus gobernadores y sus aliados
innombrables y del INE y del Trife, con apoyo del poder y los recursos
del Estado y otro tanto de electores convencidos o manipulados
posicionaron a Morena como un partido con presencia territorial y
redujeron de paso al PRIANRD a su mínima expresión.
Sin embargo 36 millones de votos, no le concedieron en las Cámaras
las mayorías constitucionales y hubo de recurrirse a artimañas
mafiosas para hacerse de las mayorías calificadas.
De la silla del águila a la silla endiablada
En la historia mexicana han existido variedad de estilos presidenciales:
desde aquellos que provienen del área militar como Guadalupe
Victoria, el primero de ellos, Vicente Guerrero, el segundo, Porfirio
Díaz, Alvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Abelardo L. Rodríguez y
Lázaro Cárdenas; los civilistas como Benito Juárez, Francisco I.
Madero, Venustiano Carranza y los de la era moderna; los tecnócratas
como Carlos Salinas y Ernesto Zedillo; populistas como Luis
Echeverría y AMLO; de derecha como Vicente Fox y Felipe Calderón
del PAN y de “izquierda” neoliberal como López Obrador y nacionalista
como el Tata Cárdenas.
Hubo casos en tiempos del PRI hegemónico hasta 1988, en que el
destape o el solo hecho de asumir la candidatura era en sí misma la
elección en el cargo y el proceso elección resultaba mero trámite y el
solo destape, no se diga el cruce de la banda presidencial en el pecho
provocaban una transformación en el personaje, como sucedió con
Luis Echeverría que endosó a Gustavo Díaz Ordaz la masacre del 68
o destapó su personalidad hablantina; o Carlos Salinas que entrando
entrando se fue encima de feudos de poder como el liderado por La
Quina Joaquín Hernández Galicia del sindicato petrolero; o Fox que
como gobernante perdió el brillo y la chispa que desplegó como
candidato o el mismo AMLO que como gobernante hizo todo lo
contrario que ofreció en campaña.
Fue tanta la fama que envolvía la silla presidencial que cuando
Pancho Villa y Emiliano Zapata tomaron con sus ejércitos
revolucionarios de la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur
la Ciudad de México en diciembre de 1914, se tomaron una fotografía
en palacio nacional el Centauro del Norte le ofreció al Caudillo del Sur
se sentara en la ostentosa silla presidencial, símbolo del poder de
Porfirio Díaz, este se negó y Villa tomó su lugar “para ver que se
sentía”.
Antes Eufemio Zapata había andado buscando dicha silla para
quemarla porque le habían dicho objeto maléfico había causado las
desgracias de incontables generaciones de mexicanos. Obvio, el bro
de Zapata no la encontró y se conserva en palacio nacional.
El poder presidencial
Viejos analistas políticos como Daniel Cosío Villegas ubicaban en sus
pioneros análisis sobre el sistema político mexicano al presidente de la
república y al partido oficial como piezas fundamentes del mismo.
Dicha tesis coloca al jefe del ejecutivo como mandamás real del
partido y a este como un instrumento de control político.
Posteriormente, buscando explicar cómo el cargo presidencial
convierte a un ser humano común y corriente en un ser providencial
con casi poder ilimitado durante el tiempo que dura su mandato, Jorge
Carpizo en El Presidencialismo Mexicano, deslizó que ese enorme
poder se debía a que el presidente contaba con facultades
constitucionales y metaconstitucionales que podía ejercer o no, lo cual
lo colocaba por encima de los poderes Legislativo y Judicial y entre los
primeros se encontraban el ser cabeza de la administración pública
federal con capacidades recaudatorias, presupuestales y con
facultades para quitar y poner secretarios de Estado y de proponer a
los integrantes de la Suprema Corte, con capacidad para presentar
iniciativas de ley, además de ser comandante supremo de las fuerzas
armadas, conduce la política exterior, define la política económica,
establece la política criminal y la política fiscal y entre las segundas, el
ser jefe real del partido oficial con lo que ello significa en materia de
candidaturas y respecto de las bancadas parlamentarias, así como por
dicha vía mantenía control sobre las organizaciones y sectores que se
aglutinaban dentro del partido y garantizaban el voto corporativo y
clientelar.
El contexto antes reseñado fue el prevaleciente con sus propias
especificaciones durante los gobiernos priístas de 1929 a 2000 y de
2012 a 2018; panistas de 2000 a 2012 y morenista de 2018 a 2024.
El caso inédito de la señora Presidenta
El de Claudia Sheinbaum, se inscribe en un contexto histórico inédito,
por ser la primera mujer que en siglos que van de la época
prehispánica, pasa por la Colonia y le sigue por la posindependencia y
posrevolución, gobernará desde el máximo cargo político el país.
Igual de singular, resulta que se trata de una persona con formación
científica en centros académicos de Estados Unidos y con trayectoria
en los movimientos de izquierda como el Consejo Estudiantil
Universitario de la UNAM que lideraban en 1987 su exmarido Carlos
Imaz, Imanol Ordorika y Antonio Santos.
Y si bien su carrera política no la hizo dentro del PRI, su militancia
partidista la inició dentro de las juventudes del PRD, partido
conformado por la corrientes provenientes del neocardenismo de
Cuauhtémoc Cárdenas y de la izquierda del PMS de Heberto Castillo,
con cuyo registro nació a la vida el partido del sol azteca y que en
1997 obtuvo el gobierno de la Ciudad de México, que es donde
Sheinbaum ha desempeñado sus principales cargos públicos y cuyo
actual gobierno se encuentra en manos de tribus contrarias a la suya
encabezadas por los miembros del ala pura del obradorismo que
encumbraron a Clara Brugada y rechazaron a su hombre de confianza
para sucederla Omar García Harfuch.
El bastión de la izquierda
Así pues, la CDMX como asiento de los poderes federales de la
nación y bastión desde 1997 de la izquierda, no estará bajo control del
grupo cercano a la mandataria entrante y eso podría restarle
gobernabilidad en algún momento, pues incluso como organizaciones
como el Frente Francisco Villa o las de los vendedores ambulantes
están bajo control de René Bejarano, el afamado Señor de las Ligas.
El brazo parlamentario
En el Congreso de la Unión López Obrador colocó a dos de sus
mariscales para cuidar de sus intereses y manejos: Ricardo Monreal y
Adán Augusto López, quienes disputaron a Claudia la candidatura
presidencial en Morena y ahora coordinan a las bancadas morenistas
en San Lázaro y en la Cámara Alta y solo le responden al caudillo-
mesías y dueño real de partido-movimiento.
Franquicia familiar
Por rumbos de Morena, le cuidan el changarro jóvenes promesas de la
política y parte del cambio generacional como Luisa María Alcalde y
Andy López Beltrán, herederos y guardianes del legado del líder
máximo. De entre los dos, el rol está más que definido: Luisa María,
quien procede directamente del gabinete, de las secretarias del
Trabajo y Gobernación, será la cara bonita del proyecto transexenal y
Andy el operador del partido en cuanto a candidaturas y despliegue
territorial, o sea la mano peluda que dirija el teje y maneje de la
organización-franquicia familiar creada por papá.
Esta vez el dedazo, que ya hasta daba pena en tiempos del PRI, fue
aplaudido en el VII Congreso Nacional Extraordinario del Consejo
Nacional de Morena.
Cierran la pinza las presidentas de los órganos colonizados INE y
Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación con Guadalupe
Taddei y Mónica Soto, ambas con hijos suyos laborando en la
ponencia de la ministra Jazmín Esquivel en la Suprema Corte. ¡Qué
chulada!
De entre los casos políticos conocidos solo se tiene registro de dos
situaciones parecidas, la de Fidel Castro en Cuba en donde el poder
tras su retiro y muerte lo dejó en manos de su hermano menor Raúl,
general del ejército rebelde y el de Juan Carlos de Borbón, quien
heredó su cargo de Jefe del Estado español a su hijo el rey Felipe VI,
cuando este fue escogido por el dictador Francisco Franco para revivir
a la corona como símbolo de las tradiciones y la grandeza de España
y no invitado a la ceremonia de toma de poder de Sheinbaum.
La CONAGO guinda
El club de gobernadores morenistas y aliados del PVEM y PES, se
maneja acorde al ritmo que le marcan desde palacio nacional, tal
como quedó en evidencia recientemente con el desplegado de apoyo
a Rubén Rocha Moya, el vilipendiado gobernador del incendiado
estado de Sinaloa.
Gabinete ajeno
En la integración del futuro gabinete presidencial, como nunca antes
visto, el estira y afloja entre el presidente saliente y la entrante tanto
público como bajo la mesa se dejó sentir a grado tal que 23 o 24 de
los carteras del mismo responderán a AMLO y 17 a Claudia
Sheinbaum y a su grupo dialoguista. Esa tensión sorda estuvo a punto
de mandar a la banca a Rogelio Ramírez de la O de la secretaría de
Hacienda, al privársele de colocar a su gente de confianza en las
subsecretarías y en las estratégicas Pemex y la CFE. Solo Jesús Silva
Herzog había repetido en el cargo de Hacienda con López Portillo y
Miguel de la Madrid.
Las carteras más importantes quedaron en manos de obradoristas:
Gobernación con Rosa Icela Rodríguez; SEP con Mario Delgado,
encargado de financiar vía el huachicol las campañas de Morena;
Función Pública con Raquel Buenrostro; de la Mujer con Citlalli
Hernández y de cajón las de Sedena y Marina. Aunque los hombres
de uniformes deben ser leales e institucionales con su comandanta
suprema, se ve difícil que las élites militares acepten dócilmente dicho
mando y más cuando durante el presente sexenio han acumulado
gran manejo en obras y tareas fuera de los cuarteles.
Caso especial son los de Lázaro Cárdenas Batel, quien va la Oficina
de la Presidencia y Marcelo Ebrard que se enfila a Economía. Ambos
tienen carrera política propia y no le deben el cargo López Obrador,
pues Lazarito dejó el cargo de coordinador de asesores del presidente
tras el diferente de este con Cuauhtémoc Cárdenas, para quien la 4T
no existe y Ebrard fue enlace para hacerle llegar apoyos a AMLO
cuando iniciaba su carrera y el excanciller era gente cercana a Manuel
Camacho Solís, jefe del Departamento del D.F. con Carlos Salinas y
financió su carrera y la campaña de 2012 cuando se desempeñaba en
el mismo cargo al frente de la capital en sus tiempos de Rey del Cash.
Se ha dicho que a Sheinbaum le quedan dos rutas a seguir: elegir
entre la marioneta de su mentor como Pascual Ortiz Rubio o Lázaro
Cárdenas, quien luego de desaforar a gobernadores y diputados
callistas, subió en un avión a Plutarco Elías Calles y lo mandó a Los
Ángeles al exilio.
A ciencia cierta es complicado discernir cual será el futuro del gobierno
de Claudia Sheinbaum, quien ha anunciado que va por el segundo
piso de la 4T, sea lo que ello signifique, cuando lo único seguro es que
la presidenta más poderosa de la historia podría ser a su vez la más
débil, sin vida y proyecto propio, ante los hilos del manejo del poder
que se le escapan y ante la sombra del Maximato que se cierne sobre
su mandato.